"La amarga Pasión de Cristo" en las visiones de la beata Ana Catalina Emmerick


Las visiones fueron plasmadas en escritos realizados por el poeta Clemens Brentano, que han sido retomados en la actualidad y publicados en 15 tomos.

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La Semana Santa, es un tiempo de reflexión en el cual se conmemora y reconoce el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo para salvar del pecado a la humanidad a través de su pasión, muerte y resurrección; hechos que la beata Ana Catalina Emmerick relató en sus visiones, las cuales fueron un don de Dios para recordarle al mundo su inmenso amor y misericordia.

Emmerick nació un 8 de setiembre de 1774, en los aldeanos de Flamschen cerca de la ciudad de Coesfeld, Alemania, desde temprana edad mostró un interés extraordinario por la oración y la vida religiosa, evidenciando su deseo de convertirse en monja en su juventud, lográndolo al ser parte del convento de Agnetenberg de Dülmen, en 1802.

Esta misma devoción por la religiosidad y Dios, permitieron que sus visiones se hicieran presentes desde los 5 años, las cuales quedaron plasmadas en escritos realizados por el famoso poeta Clemens Brentano, que han sido retomados en la actualidad y publicados en 15 tomos.

Entre ellos se destaca el tomo 11, sección 10, "La amarga pasión de nuestro Señor Jesucristo", donde parte de su visión relata:

"Llegaron a la puerta de una muralla vieja interior de la ciudad. Delante de ella hay una plaza, de donde parten tres calles. En esa plaza, Jesús, al pasar sobre una piedra gruesa, tropezó y cayó; la cruz quedó a su lado, y no se pudo levantar. Algunas personas bien vestidas que pasaban para ir al templo, exclamaron, llenas de compasión: ¡Ah! ¡El pobre Hombre se muere!. Hubo algún tumulto: no podían poner a Jesús en pie, y los fariseos dijeron a los soldados: No podremos llevarlo vivo, si no buscáis un hombre que le ayude a llevar la cruz. Vieron a poca distancia un pagano, llamado Simón Cirineo, acompañado de sus tres hijos, que llevaba debajo del brazo un haz de ramas menudas, pues era jardinero y venía de trabajar en los jardines situados cerca de la muralla oriental de la ciudad. Estaba en medio de la multitud, de donde no podía salir, y los soldados, habiendo reconocido por su traje que era un pagano y un obrero de clase inferior, le tomaron y le mandaron que ayudara al Galileo a llevar su cruz. Primero rehusó, pero tuvo que ceder a la fuerza".

Es así como el tomo contempla desde la sección 1 cada uno de los dolores vividos por Jesucristo en su camino hacia la crucifixión, finalizando con su resurrección en la sección 14 del mismo tomo.

"Vi al Salvador con su escolta celestial seguir el mismo camino: todo el suplicio de Jesús fue mostrado a las almas con las menores circunstancias. Los ángeles recogían todas las partes de su sustancia sagrada que le habían sido arrancadas del cuerpo. Me pareció después que el cuerpo del Señor reposaba otra vez en el sepulcro, y que los ángeles le restituían de un modo misterioso todo lo que los verdugos y los instrumentos del suplicio le habían arrancado. Lo vi otra vez resplandeciente en su mortaja, con los dos ángeles en adoración a la cabeza y a los pies".

Lee el tomo aquí.